Macanazo



Denise Dresser
REFORMA.COM
3 Oct. 11
Hay golpes en la vida tan fuertes. Golpes como del odio de Dios, escribía César Vallejo. Golpes como los que cuatro ministros de la Suprema Corte acaban de propinarle al país. Heridas como la que el máximo tribunal acaba de infligirse a sí mismo al declarar que las mujeres no tienen derecho a decidir sobre sus propios cuerpos. Al sugerir que la última instancia a la que una mujer puede recurrir para proteger sus derechos no funciona para ella. Al transformar el sufrimiento de adolescentes violadas y embarazadas en una anécdota más. Al convertir su veredicto en confabulario de católicos vengativos, legisladores irresponsables, partidos oportunistas. Y así como la legislación en Baja California y San Luis Potosí ha llamado criminales a las mujeres que abortan, la Suprema Corte manda el mismo mensaje. Ustedes y yo, desamparadas por quienes deberían proteger nuestros derechos, pero han decidido que no les corresponde velar por ellos.

Al votar como lo ha hecho, la mayoría de los ministros acaba de darle una estocada a la Corte de la que tomará años en recuperarse, si es que alguna vez logra hacerlo. Porque su resolución va a ocupar un lugar deshonroso en la historia constitucional de México. Una mancha imborrable, una vergüenza compartida, una herida auto-infligida. Un sablazo que producen cuatro ministros que se vanaglorian de empatía y sensibilidad, pero en sus argumentos públicos no la demuestran. Ingenuos o cínicos cuando sugieren que la protección de la vida desde la concepción no corre en contra de los derechos de las mujeres. Contradictorios o deshonestos cuando argumentan que la Constitución local de Baja California y su definición de la vida no se contrapone a la Constitución federal ni a los tratados internacionales suscritos por México. Insensibles o autistas cuando argumentan que la validez de las constituciones locales no necesariamente conducirá a la criminalización del aborto. Cómplices involuntarios o activos de la Iglesia Católica cuando afirman actuar en función de "la Constitución" y la interpretación de ésta resulta coincidir con los intereses más retrógradas del país.


Cuatro ministros de nuevo destruyen la magnífica ilusión de que la Corte opera en un plano moral e intelectual superior a la mayoría de los mexicanos y se aboca a defender a las mujeres de México. Cómo creer que ponen lo mejor de sí mismos para servir correctamente al país si allí están las posturas morales y no legales del ministro Ortiz Mayagoitia. Las descalificaciones del ministro Aguirre. Los vaivenes argumentativos de Margarita Luna Ramos. La certidumbre -debatible- del ministro Pardo Rebolledo de que la Constitución federal sí protege la vida desde la concepción. El consenso de la mayoría sobre la Constitución puesta al servicio del óvulo y no de la mujer que debería decidir sobre su destino.


Quizás sólo se respete el derecho de una mujer a decidir sobre su propio cuerpo en México cuando a la esposa de algún ministro la violen y quede embarazada. Cuando a la hermana de algún ministro importante su esposo la obligue a tener un hijo más. Cuando a la hija de algún abogado la encarcelen por un aborto cometido en circustancias desesperadas. Cuando la nuera de algún político acabe en una clínica clandestina, muerta de frío, muerta de miedo. Cuando a la nieta de alguna procuradora la viole un pederasta y se vea obligada a dar a luz dado que la Constitución insiste en ello. Cuando alguna de ellas -lamentablemente- sea víctima de una Suprema Corte alejada de las mujeres y sus derechos. Sólo así.

Y bueno, la Suprema Corte se pega a sí misma, pero el peor golpe se lo da al país al demostrar cuán lejos está de ser un garante agresivo e independiente de los derechos constitucionales de las mujeres. Cuán lejos se encuentra de entender el maltrato sistemático de millones de mexicanas vejadas por el sistema judicial y aplastadas por las alianzas inconfesables del sistema político. La Suprema Corte acaba de decir que no la molestemos con asuntos tan poco importantes como la defensa de las garantías individuales de las mujeres, porque está demasiado ocupada validando los intereses de Felipe Calderón y sus aliados en otras ramas del gobierno y de la Iglesia.


Quizás por ello hoy las mujeres caminan cabizbajas, dolientes, desprotegidas. Sienten pena por su país y por quienes tienen el poder para cambiarlo pero optan por perpetuar el statu quo. Y lloramos juntas pero rehusamos rendirnos aunque cuatro ministros de la Corte nos hayan dado un macanazo. Porque México es más que un puñado de gobernantes retrógradas, de legisladores paternalistas, de jueces autistas. México es el país de quienes luchan terca e incansablemente por devolverle un pedacito de su dignidad. Y aunque la Corte se rehúse a asumir el papel que le corresponde ante esta causa común, hay muchas ciudadanas que comparten la convicción -junto con el ministro Arturo Zaldívar- de que este asunto tiene una gran trascendencia para millones de mujeres y es no sólo injusto, sino abiertamente discriminatorio y por lo tanto inconstitucional.


No hay comentarios:

Publicar un comentario