MORALISMOS


REFORMA.COM
Sergio Sarmiento
5 Sep. 11

"Hay un encanto de lo prohibido que lo hace indeciblemente deseable".

Mark Twain


Los políticos no han entendido las lecciones de la tragedia del Casino Royale. La solución no es restringir los casinos, y mucho menos impedir el establecimiento de otros nuevos, lo cual solo fortalecería la condición de monopolio de la que gozan los actuales e incrementaría los incentivos para la extorsión. La medida más sensata sería eliminar todas las restricciones.

Si la gente quiere apostar, que lo haga en México bajo la protección de la ley y de los reglamentos de protección civil: que no tenga que ir a Las Vegas ni entrar a un mercado ilícito.

Las restricciones a las apuestas, como otras prohibiciones moralistas, tienen resultados perversos. Quien quiere apostar lo sigue haciendo aunque la autoridad no quiera. Las restricciones sólo empujan a la gente a apostar de otras maneras o generan un mercado ilegal en el que las extorsiones, tanto de las autoridades como de las mafias, se vuelven inevitables.

La legislación sobre el juego en nuestro país es particularmente mala porque ni prohíbe absolutamente el juego, como en los países musulmanes, ni lo permite completamente. El propio Estado mantiene empresas dedicadas a las apuestas, como la Lotería.

Nacional y Pronósticos Deportivos. Es legal, además, la operación de hipódromos. En lo que hoy llamamos "casinos", que no son realmente tales, se permiten las apuestas con máquinas y algunos tipos de juegos, pero no la ruleta, los naipes y los dados.

En cualquier cantina de nuestro país, sin embargo, podemos ver juegos de dominó, cartas y dados por dinero. Los mexicanos apostamos virtualmente sobre todo, desde un partido de futbol hasta un juego de ajedrez, sin que por eso perdamos nuestra virtud. Yo casi nunca apuesto, pero siempre gocé hacerlo por un encuentro de futbol con Germán Dehesa.


La verdad es que es imposible prohibir las apuestas. El Estado paternalista siempre ha fracasado en sus intentos por hacerlo. Cuando los políticos, como los presidentes municipales de Monterrey y San Pedro Garza García en Nuevo León, buscan prohibir nuevos casinos, lo que quieren realmente es proteger a los que ya operan, como los de Jorge Hank Rhon.

La solución no radica en erigir mayores obstáculos al establecimiento de casas de apuestas, o en apretarles la tuerca a las que ya existen sino en liberalizar el juego. Cualquiera debería tener la posibilidad de abrir un casino. Deben eliminarse las restricciones absurdas que permiten algunas apuestas y otras no. La función de la autoridad debe ser garantizar que los casinos operen limpiamente, es decir, que no engañen a los clientes, y certificar que cumplan con todas las medidas de protección civil.

Si las casas de apuestas son legalizadas, será el mercado el que determine cuántas pueden operar en un área determinada. Si las ganancias se vuelven demasiado altas, habrá más inversionistas dispuestos a crear nuevas con mejores servicios para los clientes.

Cuando se sature la zona, algunas dejarán de operar por incosteables, como ocurre con los restaurantes, cines y otros centros de diversión.


Mientras los gobiernos mantengan la idea de que los casinos son casas de pecado, cuyos permisos deben darse solamente a algunos políticos privilegiados, seguiremos viviendo la pesadilla de extorsiones y corrupción que actualmente rodea esta actividad. Como en otros casos de "problemas morales", ya sea consumo de drogas, prostitución o tantos más, la prohibición resulta la peor de las soluciones.

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